miércoles, 14 de julio de 2010

Insomnio (sobre trenes y temas recurrentes en estos días)

Bebe lento del mate que zigzaguea a las vías gracias a piedras nimias tan insulsas bajo el tren de la tarde avispada por las seis marcando tímidas en su muñeca trémula. Comienza a sentir el ardor de la yerba en la lengua y se detiene a contemplar aquellos detalles del que el tacto hace tanto alarde porque tiene poderes curativos o simplemente porque hace a algo existir. No hay porqué discutir.
A su lado, la ventana es una parsimonia borrosa que no se deja admirar, en realidad, las sierras por las que se mueve el tren no son más que vistos barrocos. Qué curioso que la oscuridad de sus párpados le hagan creer que la espesura no descansa ni en el día más abierto con el sol más diáfano y la sonrisa más frutal en los labios de cualquier mujer frágil que dejara huellas a su paso en los escalones de una plaza.
Quizás es eso mismo. No descansa desde que tiene recuerdo de una mente ausente a la vida y afable con los dedos casi inertes, pero casualmente cálidos, de una sombra que muchos podrían denominarla como mortífera.
Cuenta ya un año. Pegar los párpados, hundir los ojos, avistarlos a los sueños, es la utopía más fragosa a la que puede aspirar. Piensa que quizás el tren, el bamboleo, la soledad; pero ni eso. Opta por el humo, el ruido y obtener el imperioso deseo de jamás volver; al menos probará y Buenos Aires será la cura. Qué más queda por perder, o abandonar, o recobrar.
Al menos sueña con los ojos abiertos, como lo hacen los héroes.
Desde el año que marcaba el tiempo agudo, un cristal lo recubre todo, lo mancha de esa baba que hace fruncir el ceño al mirar a los otros, hinca los hombros y hace latir las manos fuertemente. Quizás porque ni él mismo aguanta el deseo de estrecharlos libremente. A las flechas les tiene envidia, a las manos tomadas y a los asientos ocupados. Nada porqué hendir, nada que abrasar y menos que rellenar. Es la vida del insomnio y no es nada preocupante, cuando algo se hace rutina, la costumbre de los hilos empieza a romperse y se deshilachan las ilusiones, los planes y dormir es inalcanzable.
Sabe que recordar es poco efectivo. Renunciar y aceptarlo como el duelo, es una salida fugitiva, cobarde y hasta ansiosa, digna de los perdedores, los conformistas, los planes B, los segundos puestos, las flores que no se aguantan un invierno. Pero Buenos Aires, es hasta arriesgado. El escape funciona diferente a las fugas, aunque visto en perspectivas lejanas podían llegar a ser lo mismo; pero no.
Ahora el mate quema más que nunca. Hay como una simbiosis que se esparce entre el entendimiento y su cebador. Las barreras cuestan menos de lo que se piensa y a lo largo de tiempo, buscar una salida es lo mejor.
Los ojos entrecerrados aún laten densos bajo el deseo de explotar aquellos sueños que tanto lo han viciado de chico. Básicos, casi humildes, rayaban en la espera de verse a sí mismo gritando un gol que él mismo hizo; con un niño entre los brazos y Lina a su lado. Lina sin enfermar, Lina sin estropear, Lina libre. Son de esas esperanzas a las que pocos pueden aferrarse porque el día es demasiado corto y las manos se sueltan maravillosamente rápido.
Y es que nadie puede morir de insomnio. Sin embargo, el año se convertirá en pares y el mate ya no tendrá ese sabor lejano de la cáscara de limón escondida entre los palillos y la espesura de las sierras. El recuerdo está atrás, el porvenir, en Buenos Aires y el olvido, en el asfalto reluciente de la llovizna de lunes a la medianoche porteña. Enfundado en lana, en miedo, hasta autista; pero libre al fin.
Cómo unos pobres pueden superar el dolor a través de los rieles de un tren rutinario que sólo da vueltas. Y se vuelven puros de corazón, asustados por el sutil roce que al cambiar de página enseña un mínimo corte que desangra. Porque el pasado nunca los suelta.
Quizás es la noche a punto de romper con la superficie que hace lavar al mate y lo muestra poético y sin sentido pero lo convence aún más de que los pequeños detalles siguen siendo las grandes obras de arte. Del otro lado (la ventana ya no es más que su reflejo), mira a su lado la vejez del cuero frío en el asiento vacío y se alegra por unos segundos, porque es lo que quiere buscar y lo que Buenos Aires le promete.
De pronto cae en la cuenta, los limones maduran de sus árboles también y levitan un poco más que aquella astucia súbitamente asomada al entendimiento. La soledad del tren, el silencio del asiento en pugna por hacer valer su independencia, la ventana espejo; la noche que en algún momento será mañana, amanecer cándido y virginal de una vida por derrochar. La eternidad siempre estará resuelta si los pasos de los días anteriores saben ignorarse y Buenos Aires para qué.
Hay tan poco porqué olvidar y el movimiento del tren funcionará para dormitar hasta el final; porque la lluvia también golpeará y llorará para entrar en las cornisas del vidrio lamentado.
El pasado se alejaría, siempre y cuando el tren hiciera lucir esos rieles al andar y todo quedara más atrás que el peso del año en vela sobre la espalda.
Es que nadie puede morir de insomnio y comienza a dudar si de tristeza al paso que el mate se desliga de sus dedos como garras y cae gentilmente sobre el suelo. La yerba esparcida, el termo a punto de acabar, la ventana hecha noche, el cálido beso de buenas noches hecho verdad se adentra en la magnitud del sueño infinito y el tren a Buenos Aires.

2 comentarios:

  1. Tardé demasiado en leerlo. Y demasiado queriendo decir demasiado, no por mero magnificar sensacionalistamente el mucho. Debí privarme de él por menos tiempo.
    Me ha gustado mucho; por eso puedo decir que es hermoso.
    No soy bueno para elogiar; el resaltar las impurezas me es más natural. Por lo tanto queda ahí el comentario. y lo acompañan felicitaciones y buenos deseos para vos y tus buenos pies.
    Y que hablemos pronto. ¡Espero!

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  2. Me encanta cómo detenés el tiempo y las palabras, ataviadas de metáforas inesperadas, empiezan a llenar el espacio. Me gustó mucho.
    H.

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