sábado, 24 de abril de 2010

tic tac


Ése fue el comienzo. Todas las fatalidades surgieron de ese instante, en aquellos días violentos de la debilidad profunda de las cosas que desde las doce veía. Tuve que hacer que dejaran de dar vueltas por mi cabeza, que pasaron pretenciosamente demostrándoles quién los hacía envejecer. Y de todos los que estaban en esa casa, yo era el más viejo, el mandamás, se podría decir.
Trate de cumplirlo, para jamás dejar vencer a aquellas piedritas que merodeaban en mis segundos. Yo estaba colgado de una pared, a lo alto, el cuello se les erguía cansado para admirarme y se asustaban. Comenzaban a correr, a agarrar sus cosas presurosos y de repente todos se iban, me dejaban y se escuchaba mi respiración cortante que avanzaba a la vez que el día dejaba transcurrir sus horas a través de mí.
Yo estaba cercado por un marco circular, algo que nunca me gustó; en fin, era lo que me había tocado, yo solo estaba para advertirlos del paso de las horas, de cómo sus pieles se arrugan de a poco mientras me desperdician viendo televisión, riendo, pensando (para mí, un derroche provechoso pero el más automutilante de todos al fin).
Quizás fueron las ansias de dejarles una lección porque dejaron de tener piernas y cuellos contracturados con ojos entrecerrados, sorprendidos y somnolientos. Pasaron a ser ogros presos de mis pasos, mis decisiones y sus vidas giratorias dentro de la espiral interminable que eran mis días.
Comencé con los segundos, aquellos que revisten mis pasos de amenazantes vapores mortíferos que manan de las grietas abiertas de la tierra del érase una vez que, amén de todas mis vueltas, sigue siendo un mundo de absurdos relojes que marcamos un tic-tac aburrido y sin fin en las casas y muñecas de agigantados ogros. Ogros con ojos que, de feroces, planean volverse bondadosos intentando buscar piedad, otra salida o la caída a una nueva rutina o a otro ciclo repetitivo. Porque cuando sos una aguja que no dobla las esquinas, la cuadra curvilínea es un camino que no te gustará terminar.
Quería que aprovecharan lo valioso de mi existencia callada, inherente al paso de las eras y los momentos que marcan un antes y un después. Fue una mala pasada, lo sé, bromas de mal gusto, pero el tiempo no es un juguete para tirar al patio del vecino y recuperarlo cuando abre la verja después de mucho. Yo convivo con él y es así de implacable que dejé que contemplaran cómo sus vidas comenzaban a apagarse como las cenizas del fuego avivado en una noche de frío insípido.
Comencé a latir con más fuerza para que mis manos se movieran más rápido y los minutos se hicieran segundos y la caminata se hiciera más corta. Lo notaron. Mi respiración era agitada porque debía advertirles: conmigo, no se juega.
Así, sus vidas se hicieron borrones y cuentas nuevas que bailaban para un espectáculo de clase burguesa conducido por una titiritera amiga mía, a veces una frustrada, que cae en la incertidumbre de si es real y tangible o un fragmento de las desoladas inconciencias interrumpidas de los ogros que dejan de buscar la voz de los niños que fueron y que los años y yo, nos encargamos de desperdiciar, como los relojes que imaginó Dalí, goteando la miseria de sus días muertos.
Y nuevamente, conmigo no hay que meterse. Es que mis pasos y mi camino son nuevas cavilaciones. Calvas con una suerte de macetero rociado con espejitos de mosaicos bizantinos que adoran el patio desierto de mi mente, aquella que es un infinito sendero que, entre minuteros, desfiguran a la realidad, mi amiga, o la disfrazan de sueños esparcidos en el suelo, parecidos a un jarrón que pasó a mejor vida.
Y los ogros me miran esperando indulgencia, ya no mandan, ya no me utilizan a su merced. Ahora, sus opciones se nublan y sus caminos sinuosos y serpenteantes acaban en la nada chocando repentinamente con una negra pared de ladrillos que bucean parejitos hasta mí, donde sus días violentos arrojan a sus vidas con una fuerza que no es de imaginar.
Y así yo y el agua que gotea de mis minutos y mis esquinas redondas, hace fracasar los sueños ogros perdidos bajo la excusa de mi tic-tac.