martes, 27 de septiembre de 2011

Peregrino


“(…) Y se fue
Bajo la lluvia
Sin una palabra
Sin mirarme
Y yo tomé
Mi rostro entre las manos
Y lloré.”
JACQUES PRÉVERT

Me decís todo lo que tengo que hacer, desde levantarme y darte un beso después de lavarme los dientes, hasta dónde esperarte para tomar un café juntos. Vas a empezar a encontrar que en mis ánimos no está siempre la misma perspicacia, ni los mismos brillos pero sabrás a cada hora de nuestro idilio que te amo. Eso hago yo. De los dos yo soy la que ama y de los dos soy la que tomará cartas en el asunto.
Vos sos así. Buscás en las sábanas de la mañana una razón para abrazarme todo lo que no lo hiciste la noche anterior. ¡Ay! Esos ojos que pasean a la expresividad como un péndulo y lo arrastran hasta donde respiro.
Yo sé que te fuiste hace rato pero me sigo lavando los dientes antes del desayuno y el jugo de naranjas sabe a caucho con aloe vera. Es horrible. Deberías probarlo algún día. Lo probarás porque no hace faltar lavarse los dientes para amortiguar en la amargura de la naranja exprimida privándose una de saborear la dulce agonía de un beso calefaccionado por la noche.
Ya digo yo que no vas a hacer lo mismo. Siempre lo mismo. Te aburrirás tan rápido otra vez como bostezás después de dos horas charlando conmigo o viendo una película. Sos exquisito para los quehaceres. ¿Nunca te has preguntado que se te pueden acabar las ocurrencias, que el mundo existe desde mucho antes que vos y lo que te aburre y entusiasma es un divertimento de ánimas ya enterradas? Deberías pensar en eso.
No podés quedarte quieto pero te paraliza la idea de permanecer conmigo. Eso es una novedad. Sos cambiante como una estación solo que tampoco durás tanto. Por eso es tan difícil conocerte. No sos nada en realidad pero en el momento en que empiezo a entenderte, resulta que me dejás. Sos un ave peregrina, tan versátil y ocupada. Ya casi no recuerdo si alguna vez estuvimos tranquilos, sin pensar y estar simplemente tomados de las manos.
Estarás muerto igual que yo algún día. Surgirá en tu cabeza esa semilla que no te abandonará y te creerás enfermo y viejo y sin rumbo. Yo no voy a estar, ni nadie. Porque vos te has ido y yo sé que para ocultarme con otra y a ella también la dejarás y construiremos un fuerte de llantos de mujeres asoladas por tu modo igual de cambiante al de nosotras.
Sos complicado. Me dejaste sin motivos y eso que esa mañana había preparado un café oscuro y el jugo de naranja burbujeaba una espuma con un olor ajeno, pero no era para despreciarlo. Simplemente preparé el jugo con una pizca de medicina que podría matarte pero tenía el mismo gusto a mi jugo de dientes lavados.
Nunca me gustó eso mas lo hacía porque anhelaba un beso tuyo que me ayudara a manejar la mañana sin vos. Fuiste tan ingrato. No viste eso y te decidiste a irte. Yo vi las maletas anoche. Te fuiste esta mañana y no tocaste ni el café y menos el jugo. Me leés como a un libro y eso lo odio.
Me puse a llorar porque es injusto. Pero vas a probarlo alguna vez, yo todavía lo hago cada mañana. Ese sabor amargo no me lo arrebata nadie ni siquiera los besos que me dabas con un dejo de pasta dental.
Vas a probarlo y ojalá la próxima vez no conozcas tanto ese olor ardiente del veneno y la venganza.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Son dos

En Historias de pequeñas desesperaciones.


Ahí está nuevamente con la misma camisa arremangada. Me está comprando un café. Siempre esas manos tan grandes, parece que pueden tapar el sol. Dedos de pianista, saben moverse.
- Acabo de pedirte un café, ¿cómo estás?
Amargada, aburrida. Una pasa toda la vida ocupándose cuando debería empeñarla en conjeturar formas para no aburrirse, porque después viene lo peor. Los filósofos no están para nada, pero decime si ellos no podrían pensar en eso.
- Ya sé. Sin embargo, para eso sirven las ocupaciones. Hemos hablado de esto cien veces al menos. Acá viene el café. Gracias.
No hay mañana que no se aparezca por acá. Se levanta con la sensación de nostalgia y letargo en que la que lo meten los sueños y se deja dominar por los mismos viejos impulsos. Tan fácilmente predecible.
- Dejá, me lo tomo yo. Se enfría sino.
Y yo busco pretextos para hacerme ausente pero él sabe las formas de volver hacia mí. Me fui por motivos irreconciliables, por decisiones que se jugaron por meses mi cordura, su paciencia y nuestras almas empobrecidas en un vacío romántico y nauseabundo. Esa intolerancia es demasiada para repetirla.
- No creas que no me arrepiento de todo lo que pasó, pero si hubieses aguantado un poco más, ¿quién sabe?
Yo sé. No podíamos seguir prometiendo cosas que ninguno quería cumplir. La vida tiene un límite y ese es el exceso; yo no tenía límites y vos no sabías tener los tuyos. Éramos un par acuoso, insoportable. Si seguíamos nos hubiésemos diluido con el viento en una tempestad de peleas circulares, como las que solíamos tener. No sabíamos cómo terminar, si con un beso o con una palabra. Vos usabas: “tregua”, yo no decía nada.
Está pensando qué decir. Siempre se queda repitiendo y ensalzando todo, para él la elocuencia es un arma de dos filos, y si no de tres, que sólo busca herir y domar al final.
- Te extraño.
Cómo lo conozco, ahí está: lastimar y domar. Yo también lo extraño. No puedo caer en la reminiscencia de nuestros días que bien los sufrí y bien supe acabar con ellos.
Esa expresión en sus ojos otra vez, la misma con la que entró. Está recordando. No puedo dejar de lamentar haberlo dejado así, pero en parte quería. Porque ambos buscamos que yo bajara al infierno hundiéndome en los mares de melancolía y tortura que eran los días para los dos.
Me hundí Virginialmente sólo en mi cabeza, pero el espectáculo que el vio no fue un descenso tierno y abnegado, fue mi cuerpo que se mecía hipnotizado y estéril.