miércoles, 11 de agosto de 2010

Cadáver I (por la Amada Inmortal y Pola París)


Plantaba naranjos bruscos que se envalentonaban con el viento de mayo.
Lunes. Miraba por los cristales del inmenso ventanal. Amanecía pero el sol aún no se presenciaba. El frío que empujaba lento la cavilosa imagen nívea de sus manos atierradas con semillas, reminiscencias de la raíz.
Raíz que se enlazaba en sus pies o tal vez eran éstos mismos los que se aferraban a la tierra, húmeda pero firme.
Era una especie de crítica que se ensañaba testaruda con las cosechas; y el tiempo condensado entre los días y la posibilidad de existir lo perturbaba, lo exigía, lo vacilaba ¿Existir? En su mente, el refugio de una duda: dicotomía.
Cautiva, paso a paso la piel puntillosa se resquebrajaba y las hojas ya no bailaban sensuales sobre el césped de alfileres que como pétalos rozaban su cuerpo. Porqué él, tan ausente de sentido, no podía distinguir el dolor que hacía a las piedras cobrar vida acartonada.
Sensible a los días, a las manos surcadas, crispadas, la tierra besaba el barro y nacía el naranjo tieso, plácido de aroma otoñal.